martes, 20 de septiembre de 2011

LA FAMILIA KOSLOV (Prosa Poética)

Llegó a esa inhóspita tierra un día de agosto, cuando el sol proyectaba sus rayos perpendiculares. El viento seco y sofocante remolinaba el largo cabello rubio hasta cubrir su rostro finísimo. Sus manos adolescentes sacudían el copioso sudor que manaba de la piel blanquísima y sus ojos azules se escondían debajo de los párpados sombreados. Vestía un blue jean ajustado, que resaltaba su silueta y una camisa arremangada, que dejaba a la intemperie su angosta y preciosa cintura. Caminaba rauda por una de las carreteras de arena, tan familiares en ese pueblo al que el destino la lanzó en procura de una nueva esperanza. Milenka no estaba sola.

La familia Koslov: Mihail, el padre; Ayshane, la madre; Mishia, la abuela; la infanta Dasha y ella habían llegado, de lejanas comarcas, a ese pueblo atrasado: sin servicios públicos; de suelo árido y somnolientos amaneceres; cubierto de una vegetación xerófitica, en donde la vida, de sus habitantes, cabalgaba a pasos muy lentos. Esto no les importaba porque lo buscado afanosamente, era la libertad negada en su país de origen. Libertad para hablar y reír, para dejar volar, en el abierto cielo, sus alegrías y dolores represados. Y este suelo inhóspito les ofrecía el preciado don, no solo de conocer ese derecho sino de gozarlo en su anchurosa plenitud.

El pueblo de San Antonio significó, para la familia Koslov, la tierra prometida. Qué hubo de ocurrir para que escogieran por morada a este pueblo de naturaleza tan hostil. Esta interrogante se pierde en el misterio insondable de los tiempos. Debió ser duro y difícil el periplo, desde su lugar patrio hasta ese pueblo abandonado; de tantas horas transcurridas, de tantos y apremiantes sufrimientos compartidos.

Qué aspecto tenían los miembros de esta familia: Mihail Koslov era de mediana estatura, tez muy blanca, cabello castaño y modales finos. Su mirada, profunda, traslucía un mundo interior cargado de ambiciones truncas. Su don de gente, amabilidad y gentileza fueron reconocidos por una población reacia a aceptar a los extranjeros. Junto a su familia soñaba alcanzar un mundo mejor. Ayshane, que lo seguía con resignación, encantaba por la hermosura de su cuerpo espigado y facciones, que se agrandaban por la fuerza insinuante de sus azulados ojos. La rizada cabellera jugaba con el viento iracundo. La abuela Mishia, regordeta y alta, de caminar dificultoso, exteriorizaba los síntomas inequívocos de alguna enfermedad coronaria, y las niñas: la menor Dasha: delgada, con el cabello rubio recogido, mecía su diminuto cuerpo en un sencillo vestido rojo. Y Milenka, radiante, de sonrisa angelical, jugaba con el tiempo, entonando una conocida canción de su país.

A pesar de la pobreza bullía, en sus corazones, el deseo grande de la superación. Dios no abandona a los seres que creen en su divina gracia. De allí que, desde el primer instante, Mihail Koslov consiguió trabajo en la principal empresa del pueblo. Su formal apariencia, unida a su educación académica, le ayudó a resolver la difícil situación económica. Rentó una pequeña vivienda, ubicada en el centro del poblado y allí, poco a poco, su familia despertó del letargo en que el tiempo, inmediatamente anterior, los había sumido. La prosperidad reinó en el nuevo recinto. Ahora lo inmediato era inscribir a las niñas en alguna escuela y liceo. Dasha debía cursar el quinto grado y Milenka estaba lista para ingresar a la secundaria. La primera fue inscrita en el Colegio “San Martín Arcángel” y la mayor en el Instituto diocesano “San Antonio”. Ayshane, diligente y emprendedora, se dedicó al cuidado de la modesta residencia, de su esposo y a la atención de sus hijas y de su madre. El tiempo había despejado, temporalmente, los nubarrones que enrarecieron los comienzos de la estadía en San Antonio.

Dasha era una niña aplicada. Sus maestros y maestras reconocían su esfuerzo por destacarse. Se distinguía por su educación doméstica. Su racionamiento verbal y matemático era proverbial. La afición por la lectura fue afinando su rendimiento. Preocupaba, sí, su delicada delgadez y su apatía por las actividades deportivas. Pero al concluir la educación primaria; los dos años que había pasado en su amado colegio, habían hecho el milagro de aumentar su complexión física y mostrar en ella los primeros encantos de la adolescencia.

Milenka era muy diferente en lo corporal, no así en la afición por los estudios, que la convirtió en una de las alumnas más aventajadas del Liceo. A los quince años, cuando aún cursaba el tercer año del ciclo básico, su cuerpo escultural; los ojos azules brillantes, su boca carnosa y la cabellera rubia, hacían de Milenka, objeto de la mirada atrevida de sus compañeros y de la envidia de sus compañeras de curso. Había algo especial en ella: no se dejaba seducir por los halagos ni alterar por las críticas; era sus estudios la razón de existir. Ocultaba, en el trasfondo de su fuerte personalidad, una gran ansiedad por destacarse, por demostrar cuánto valía. Cuando estudiaba, en esas tardes solitarias, no se percataba que sus desordenados mechones de oro, cubrían sus pupilas inquietas deslizándose, como un manantial, por sus mejillas color de hicaco.

La adorable Mishia, sufría de una severa patología coronaria. El implacable clima de San Antonio aceleró el mal que minaba sus facultades físicas y mentales. Una tarde cayó en cama para no recuperarse. La familia la recordaba viva, plena de vitalidad. De carácter fuerte, amasado al compás del trabajo de campo en la lejana tierra de la Rusia comunista. Su deceso dejó un profundo dolor y un llanto contenido, en aquellos seres acostumbrados a vivir inmersos en un ambiente de hostilidad y de amargura.

Algunos meses después volvió, por sus fueros, la desgracia. Mihail Koslov sufrió un accidente de trabajo muriendo meses después. Sus restos fueron sepultados en el viejo cementerio de San Antonio. La familia quedaba desguarnecida. Todo parecía derrumbarse por la desaparición física de quien había sido buen padre, esposo fiel y ciudadano ejemplar. Con su pérdida la familia quedaba a la deriva. Pero, en las horas de apremio, Dios da fuerzas a quienes suplen las flaquezas de los seres ausentes. Ayshane lo hizo, sin dilación, Sus ingentes reservas humanas dieron un paso adelante para enfrentar la adversidad y juró luchar por la supervivencia de sus hijas. Su temperamento sereno no se amilanó ante el infeliz presente. Tuvo en su hija Milenka, el más sólido soporte quien al tiempo de llorar por la irreparable pérdida de su amado padre se enfrentó, con aplomo, a la adversidad.

Ayshane, Milenka y Dasha, a pesar de los esfuerzos no lograron concretar el porvenir deseado en San Antonio; en ese pueblo que años atrás, les procuró mucha fe y expectantes ambiciones. Después de algunos meses perdieron la casa que, Mihail había adquirido, luego de tantos esfuerzos. El Colegio San Martín Arcángel, becó, por algunos meses, a Dasha, pero al final se vio imposibilitado de continuar haciéndolo. Milenka tuvo que retirarse del Liceo diocesano San Antonio en el que sus profesores la admiraban. Los días se hicieron largos. La adversidad hundió en la más absurda pobreza a las sobrevivientes de la familia Koslov. Cuentan amigos y vecinos que una mañana de diciembre, día de la navidad, las vieron abordar uno de los autobuses de San Antonio con destino incierto…tal vez para visitar otro pueblo y recomenzar la lucha tenaz por la libertad.



NO FUE SU CULPA (Prosa Poética)

Él respiraba en el vientre de la madre, tan ausente de todo, como para adivinar las adversas circunstancias de su nacimiento. Los hados, que circundaban los íntimos espacios del la cama de la primeriza, sí lo sabían. Se miraban fijamente. Se comunicaban de esa manera porque son los celosos guardianes de la vida; ellos saben cómo se nace, cómo se vive y cómo se muere. Están inequívocamente seguros que unos seres nacen sanos; que otros medio nacen o medio mueren y que el resto, no verá la luz del sol, ni menos aflorar su primer llanto.

Antonio Ramón fue producto de un parto de condiciones muy precarias. Eran los tiempos en que las parturientas no contaban con la atención médica a tiempo. No es como ahora que los padres conocen, con antelación, el sexo del futuro ser, su fecha de nacimiento y su fijación en el vientre materno. Antonio Ramón se hallaba, en posición anormal. Fue menester que la comadrona luchara tenazmente para viabilizar su salida a la luz del sol y la parturienta soportara, por horas, el dolor inenarrable del alumbramiento. La asistente haló, con sostenida fuerza, su cabeza para extraerlo de la placenta donde, por nueve meses, se construyó su mente y su cuerpo. La madre quedó exhausta. El recién nacido estaba presente allí, apegado a la esperanza de la sobrevivencia. De haber nacido hoy, otra historia fuese la suya. No había razón, mi Dios, para que su nacimiento haya sido lo que fue.

No hay criatura más indefensa que el hombre. La fragilidad estructural y funcional de sus sistemas, lo hacen un ser desguarnecido y dependiente. El cerebro, es lo más complejo de su morfología. Esa parte precisamente del sistema nervioso, fue la lesión que sufrió Antonio Ramón durante el alumbramiento. Desde entonces, la fisiología del centro de su vida orgánica, presentó características especiales. Caminó muy tarde, dando tumbos. Su cabeza grande, sin proporción con el resto del cuerpo, se golpeaba contra el piso y las paredes. Estos choques constantes, con diversidad de objetos, le ocasionaron daños irreparables a su organismo.

Llegó a hablar cuando hacía muchas lunas, que los otros niños jugaban con las palabras y construían, un sinfín de cosas, con sus ideas. Mientras él observaba, distraído el universo de imágenes, que le era adverso. Sin embargo no lloraba porque su psiquis estaba ocupada moldeando su propio mundo, un sitio especial en el cual ubicar lo que sería su mañana. Era su singular entorno que lo amenazaba con dejarlo estancado en el camino espinoso de su desarrollo físico y espiritual.

Pasaron dormidos los años. Su niñez solitaria, desapercibida, era comentada por la familia. Antonio Ramón no podía ser más de lo que fue. Luego de tres lustros, en los que pasaba la mayor parte del tiempo en el piso, sus padres notaron que las piernas de Antonio Ramón, se fortalecían; su cabeza voluminosa poco a poco se fue sosteniendo sobre éstas y las palabras, unidas a su adorable sonrisa, fluían de sus labios gruesos, como silbidos, que comenzaron a alegrar el ambiente en el que antes convivían la tristeza y el silencio. Pero el amor por los juegos y la inclinación por los estudios se mantenían alejados del joven que, hablando más o menos bien, a los dieciséis años, miraba los alrededores con desdén, sin el interés propio de las personas de su edad. Así creció. A duras apenas pudo obtener el certificado de educación primaria, ayudado por sus maestros y compañeros de clase, que comprendían su dificultad para entender los más elementales problemas que se asociaban al dominio del conocimiento.

Era evidente que se trataba de un muchacho con un marcado retraso mental, pero esa limitación no pudo disminuir su don de gente, su calidad humana, y su capacidad de relacionarse con sus semejantes. Además creció más que sus hermanos. Era fuerte. Sus brazos hercúleos; sus piernas grandes y su espíritu infantil llamaban la atención de propios y extraños. Antonio Ramón fue un ser único. Era bueno, amable con los niños; amaba a sus padres, a sus hermanos, a todos….Por su limitada capacidad de pensar, fue incapaz de albergar el mal. Y, aunque no podía resolver los más menudos problemas, por simples que fuesen; a la hora de enfrentar el porvenir, lo hacía con la fuerza que bullía en su alma inocente y bienhechora. Su actitud y conducta eran sorprendentes. Irradiaban amor y esperanza. Era locuaz, comunicativo y cariñoso ¿Cómo pudo un individuo que nació de milagro; con una desproporción física tan notoria, levantarse de la nada, para alcanzar el don de la gracia? Sólo Dios lo sabe.


EL SORDOMUDO (Prosa Poética)
Los fines de semana, llegaba a la casa de su fallecida hermana Elisa, único pariente con quien había mantenido estrecha comunicación. Fueron dos hermanos muy apegados a la devoción cristiana. Elisa lo ayudaba en la alimentación y el vestuario, pero él siempre vivió alejado. Sus padres murieron, hacía ya algunos años, víctimas de una epidemia que asoló esa región. La vivienda estaba ubicada en la Urbanización El Araguaney, Pero Eligio como se llamaba el sordomudo, continuó manteniendo relaciones de mutua consideración con su cuñado Hermenegildo Palacio. Allí se cambiaba de ropa. Un blue jean, desteñido, una franela blanca, casi siempre con un mensaje político en el centro y una gorra que usaba de lado, bastante usada, cubrían la figura del sordomudo. Los sábados y domingos, sin importar las inclemencias del tiempo, se escuchaban los sonidos destemplados, que salían de su garganta. Andaba por las calles de la urbanización, informándoles a sus clientes que estaba listo para limpiarles sus carros.

Eligio Querales era un hombre de baja estatura, delgado y pálido; de cara puntiaguda, nariz aguileña, orejas grandes como abanicos y ojos saltones. Sobrepasaba los sesenta años. Por cierto que a pesar de todo no los aparentaba porque, como dice el conocido refrán: burro chiquito, siempre es pollino. Pero, a pesar de su débil apariencia, sus brazos y manos eran fuertes. Generalmente limpiaba más de doce autos cada fin de semana. Constituía su único ingreso. Decía que lo que ganaba le alcanzaba para cubrir sus necesidades. Toda su familia había muerto y vivía solo en Sabaneta Larga, un lugar cercano a la capital de su Estado. Tenía algunos amigos; sus clientes le habían tomado, además de cariño, confianza. Jamás pedía dinero; sólo trabajo. Era honrado en su vida y en el desempeño de su oficio.

El Sordomudo poseía hábitos muy peculiares. O se trataba de un mal comerciante o fue un hombre demasiado honesto, porque al llamarlo para que aseara nuestro carro, se asomaba por las rendijas del garaje y si no lo veía sucio me decía: ulio…tá…limpio. Y caminando rápido, se retiraba en procura de otros clientes cuyos carros, por lógica, debían estar muy necesitados de gamuza. Qué le importa a un limpiador de vehículos, si las unidades están sucias o brillantes; pero el sordomudo era diferente. Su mundo se había transformado en un sedoso mural en el cual se dibujaba un cúmulo de imágenes transparentes que hablaban de su positivo comportamiento moral. Sin embargo algunas vecinas desconfiaban de él; lo miraban con desdén. Debió ser porque, ante la sospecha de algún percance conyugal, levantaba sus dos manos, las colocaba sobre su cabeza y decía con vehemencia: ca…cho.

Se trataba de una persona bullosa e intranquila. Yo escuché, más de una vez, a los vecinos afirmar: ¡Cónchale, si ese mudo hablara…. a veces yo, trataba de hablarle por señas, que aspiraba entendiera, pero era entonces cuando él trataba hacía esfuerzos por elaborar un discurso, tan enredado…tan complicado, que jamás llegué a entender. Por ello fue muy difícil tratarlo. Su presencia, a pesar de la bulla, era desapercibida por un universo de hombres y mujeres que no tratan de comprender que los minusválidos y el sordomudo lo era en mucho, merecen un trato especial y que, en ocasiones, debemos pasar por alto algunas de sus debilidades.

Otra costumbre que tenía: no usaba ningún tipo de líquido limpiador. Solo agua y detergente para los cauchos. Los trapos que utilizaba generalmente se hallaban deshilachados y un pote también recubierto de consignas políticas, era su carta de presentación. Sin embrago lavaba con mucho esmero los autos y les quitaba el polvo a los tableros y cojines. Nada más. Cobraba lo justo. Seguramente averiguaba las tarifas en los auto lavados. Su servicio a domicilio constituía una gran ventaja para sus clientes que no hacían esas largas esperas en los establecimientos acostumbrados. Otra característica muy simpática del sordomudo era, que cuando alguien se negaba a “gamucear” más de una vez, les transmitía al resto de sus clientes la idea de que fulano de tal era tacaño, dándose una fuerte palmada en el codo izquierdo, señal muy zuliana de llamar a alguien duro para gastar.

Los meses pasaron y el sordomudo no volvió a aparecer por la Urbanización en la que con tanto afán trabajaba los fines de semana. Varios vecinos, en especial sus clientes preguntábamos por su paradero. Alguien nos dijo que el sordomudo estaba muy enfermo. La noticia definitiva nos llegó una tarde pesada y lluviosa: el sordomudo acababa de morir en su humilde casita de Sabaneta Larga. Lo acompañamos hasta su última morada. Muy pocas personas se enteraron de su partida, tal vez porque no fue un hombre famoso…sin embargo, aunque hayan pasado los años por los predios de la Urbanización “El Araguaney” se escuchan los fines de semana, los gritos del sordomudo avisándole a sus clientes que está frente al garaje de las casas para lavarles sus automóviles.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Comentarios en Facebook de mis amistades sobre mis escritos literarios (Hemos Envejecido, Dolor de Ausencia, Miradas de Cenizas y El Cañadero)

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Wilmer Rafael Maldonado Ramirez amigo esto que a escrito sale del corazón y con mucho amor ..........wm

Aida Perez Gracias amigo extremadamente hermoso es e regalo más bello que he recibido....ni en las casa de los reyes sirven tan suculento manjar. ......profundas huellas has marcado en mi corazón. Dios continué bendiciendo cada uno de tus pasos y que de tu espíritu fluyan y fluyan como agua esos preciosos poemas hasta formar un r
Emilia Valbuena Apreciada Aida...Amen¡! Llndas palabras para el prof Julip!! Realmente bien merecidas!!

Julio Luis Fernández León Gracias Aida, por tan hermosas palabras, esa dedicatoria bien merecida la tienes porque salió de lo más profundo de mi espíritu. Un abrazo.

Julio Luis Fernández León Es verdad lo que afirmas mi querido amigo Wilmer Maldonado, recibe un abrazo cordial.

Emilia Valbuena Prof saludos!! Como hece una persona para que nos haga llegar nuestra mente hacia una historia con tanto realismo? Es un don de Dios!! Que especialidad

Aida Perez ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Gracias amigo un abrazoteeeeeeee!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Marianela Cegarra diossssssss q amor tan bello pero triste, la muerte es unas de las cosas q hace terminar el amor , bueno en la persona q muere porq en lo q quedamos vivos, el dolor por la perdida del ser querido se hace imsorportable, gracias amogo mio por permitirme aislarme en un lapso de tiempo en su hermosa epistola, saludos.

Julio Luis Fernández León Gracias Marianela, por tus palabras de aliento y por el análisis, tan detallado y opotuno, que haces de mi publicación. Recibe un abrazo fraterno

Julio Luis Fernández León Emilia, es la inspiración que domina a un autor, cuando ello ocurre las palabras corren con el pensamiento, abriendo surcos emotivos que hablan de vivencias, remembranzas e ilusiones. Un abrazo.

Xiomara Josefina Julio, o mejor debo decir maestro, una vez mas me lleno de emoción al leer sus escritos, lo que leo es exactamente inspiración que surca los caminos del pensamiento y que con una gran facilidad plasma en un papel con la belleza que emerge de su alma, lo felicito, posees ese don de encontrar facilmente tallar una ilusión, crear optimismo,trasladar a traves del tiempo para que se aviven los recuerdos, sentimientos y emociones.

Julio Luis Fernández León Xiomara,¡ Qué barbaridad ¡ ¡ Qué estilo ¡ ¡ Qué dinámica linguística ¡ ¡ Qué emocionante ¡, es lo que has escrito y que me has hecho llegar a través de este mensaje tan maravilloso. Qué inspiración envolvió tu alma para volcar en palabras pensamientos tan profundos. Qué circunstancia bienhadada permitió que tu mente entrara en lo más profundo de mi poema para que resultase toda una pieza inmaculada lo que escribiste. Es para mi grato que un ser humano de la nobleza que embarga tu espíritu, haya plasmado una pieza discursiva tan interesante. Te felicito Xiomara por dedicar tu tiempo para ensalzar lo que mi alma siente y expresa. Tu amigo que te quiere Julio Fernández.

Irais DE Pino XIOMARA,THAIS,CARLOS,JULIO FERNANDEZ[:QUE MAAILLOSO ES CUANDO ENCONTRAMOS,EN ESTE MUNDO SERES,QUE SE UNEN ,POR UN SOLO SENTIR,DE SUS ALMAS.LETRAS E IDEAS,SENTIMIENTOS QUE SE UNEN POR BELLOS HILOS DE OROS TEJIDOS,POR LOS MAS HERMOSOS ANGELES,PARA EVITAR QUE LA DISTANCIA DESTRUYA EL MAS BELLO DE LOS SENTIMENTOS,LA VERDADERA Y SOLIDA AMISTAD,QUE NACE DESDE EL AMOR POR LO QUE SE ESCRIBE DESDE EL ESPIIU O DE LA ESENCIA DEL SER.

Julio Luis Fernández León Irais, que hermosas palabras pronuncian tus labios, que maravillosa es la vida que permite unirnos en un haz de ilusiones......Recibe un cálido abrazo.

Xiomara Josefina Maestro Julio yo diria, que maravilloso y Misericordioso es Dios, que nos ha dado la oportunidad en salud de encontrarnos en esta vida para que de alguna manera, nos apoyemos los unos a los otros en un solo sentir y poder compartir la escencia misma de la creación divina, nustros dones y habilidades, lo mas hermoso de nuestro ser, los sentimientos que inspiran poemas para alimentar el alma. tambien te quiero Julio. Recibe un cálido abrazo. mis respetos.


Gracias a todos Julio Fernandez León

DOLOR DE AUSENCIA (Prosa Poética)




La rutina nos acercó tanto, que era imposible dejar de contemplar su rostro ni admirar su sonrisa, cada mañana, cada tarde, cada momento, cada instante; ni ver su selecto vestir, ni dejar de percibir su fresco aliento,  ni ver sus ojos de otoño;  ni admirar su cimbreante cuerpo inmarcesible  Ella me  dedicaba  frases cariñosas, respetuosas, que fueron penetrando mí ser, olvidando mi alma que no era amor lo transmitido, sólo admiración, consideración y afecto. Pero de tanto repetirse, las palabras, suyas y las palabras mías, fueron adquiriendo el matiz de los ensueños. Le pregunto a los doctos, a los escritores y poetas; a los que saben de semántica, cómo una frase puede ser hoy una cosa y mañana otra; cómo una palabra puede significar, hoy cariño y mañana amor; qué fuerza superior entrelazaba los significados de los términos que pronunciaban sus  labios y los míos; qué extraña sensación envolvían, nuestras miradas esquivas……

El destino  cambió mi vereda una noche fría; ella se mantuvo allí, en el lugar de siempre, soportando  el sufrimiento inmerecido; el doblar la cerviz, cuando la fuerza de la arrogancia varonil se lo imponían. Yo preferí volar para no verla  sufrir, huir que enfrentarme a la fuerza bruta que la envolvía. No era miedo al rufián, la causa que me alejaba; era el dolor mío, que manaba del dolor de ella, lo que me hacía partir; como se aleja el pájaro del nido al ver al enemigo romper el hábitat que él, con tanto esfuerzo, ha construido.

El no verla, el no poder  contemplar su rostro, el no escuchar los latidos de su corazón, el no percibirla desplazarse airosa, por los pasillos brillosos de los caminos de siempre; el no recibir de ella ni  el más débil suspiro, fueron cavando profundas huellas en mi mente; yo deletreaba su nombre, de tanto repetirlo; yo traía del pasado su vida, en cada pensamiento. Soñé con ella muchas veces: la veía despierta, andante con su cabello de negro azabache, a veces suelto, otras veces recogido.

Cansado de llorar en silencio, decidí juntar su vida con la mía,  romper, como fuese,  las cadenas que la oprimían; no pude soportar más el hastío, ni el dolor ni el egoísmo que consumían mi vida. Al regresar al lar, donde antes vivimos, pregunté por ella, sin mengua, sin cansancio, sin sentir mis pies adoloridos; pero nadie hablaba, nadie respondía, hasta que un niño andrajoso, me dijo con dulce voz, la cara sucia y  los ojos vivos: ¿Usted, señor, busca a mi mami? ¿Quién es tu mami, mijo?, María, señor, María, la que trabajaba  en la oficina del ferrocarril; Sí, le respondí, ella ya no está en casa, Señor, se fue ayer con Dios ¿no lo sabía?





                                                            

Miradas de ceniza (Prosa Poética)



Llegué a ese sitio en el que estremecí de felicidad y miedo. Un impulso fijó mis pupilas  sobre sus ojos, resplandecientemente azules.  Pensé haber cometido un acto impuro: ella, recién habría superado  la adolescencia. Pero era tan hermosa, que reproducía la inmaculada estampa de una virgen. Atónito, advertí, que  su mirada correspondía a la mirada mía.
Una leve sonrisa cubrió sus labios finos;  los labios lacerados contrajeron la mía. Dos seres, de tiempos opuestos, trataron romper la lógica del devenir para  ubicarse en el reverso de la vida: Yo le pedí a mí Dios que me regresara al pasado para seducirla; ella irrumpía la barrera del porvenir para encontrarse conmigo. Pero el tiempo irredento convirtió mi  pretérito en brumas y a sus deseos, le cerró el paso imposible.
Las nuestras son existencias de términos contrarios que se rechazan por efectos de la lógica divina. Así lo entendió mi ser interior. Por ello, cuando vuelvo a ese lugar  miro, de soslayo a la doncella que actualizó, en mi cuerpo muerto, el supremo deleite de tiempos idos.
No quería verla Señor.
La vi, por última vez, esa turbia tarde. Estaba allí. No me dio tiempo a nada. Recostada sobre el mostrador de madera rojiza, su  piel tersa jugaba con el hilo de luz, que se colaba por el ventanal cubierto de una cortina, entumecida y triste. Entré pensando que no la vería. No era hora de que estuviese en ese sitio; sin embargo allí estaba, frente a mí. Señor, cómo desviar mis ojos de los suyos, si el objeto de mis ojos doblegó mi voluntad y alentó mi espíritu. ¿Cómo  obligar a un yo que ya no me pertenecía, a sepultar el amor que se había adherido, con  tanta fuerza, a mi alma?
¡Dejad viejo, tu ser interior en el armario¡ Son las voces de la crueldad que me censuran. ¡Caminar ayuno en la vacuidad del cosmos es tu destino¡  sostiene mi propia razón ahora. ¿Quién dispuso tan amargos designios? Yo he aprendido a respetar lo que ignoro y a comprender, que más allá de los  cielos que mis ojos ven, y más allá de las lágrimas que mí rostro siente,  hay un ente superior que me dice: caminad por los senderos que os dicte tu conciencia. Eso hago Señor.
¿He fallado, ahora, irremisiblemente?
Ella  no me espera.
Cuando lo dado configura el dardo que nos aniquila. Olvidar es lo obvio. Desecharlo es lo prudente. Eso haré. Mañana estaré ausente de ese lugar en el que la ansiedad y el dolor me abruman. Faltaré a la cita inexistente. Ella no me espera. Una vez pensé, que su presencia, llenaría el  hondo vacío que alberga mi alma. Que el ser, de los ojos resplandecientemente azules, esperaría mi llegada.
Aunque lo añoro, lo rechazo. Si mi espíritu abriga la esperanza de verla otra vez, la razón lo condena. No iré más. Romperé por fin, en minúsculos pedazos, los cristales de la puerta que permiten atravesar la luz de mis pasos. Rota la imagen de la aurora, las tinieblas invadirán todos los espacios, y su figura desaparecerá definitivamente de mi existencia.
Sólo así sabré, que al morir su sombra, la mía morirá también.

EL CAÑADERO (Prosa Poética)



Vino de Potreritos, paraje de La Cañada de Urdaneta.
 Salió, huyendo del hombre, del hambre, de la miseria.
 Era de cabeza rapada; cara ovalada que, ocultaba sus ojos vidriosos, penetrantes; verdes  como las hojas del mangle. 
 Cejas espesas y arqueadas. Tosco como una piedra…
Figura redonda, piernas gruesas y encorvadas.
Andaba con la pesadez  del hombre abandonado por la vida, olvidado del amor.
 Huérfano de las mínimas provisiones que el destino dispensa a los seres humanos.
 Sus carnes abundantes y fofas, resbalaban por encima de los anchos pantalones.
 La correa  sucia, pendiente de una hebilla de metal bruñido, amarraba el voluminoso y pegajoso cuerpo.
 Aquel hombre huraño, sin fortuna, acostumbraba sentarse sobre una enorme silla de madera húmeda. En la calle, al frente de la Iglesia del pueblo.
 Una tarde en que los rayos  del sol se volvían penumbras y la carretera empezaba a cubrirse de sombras, una niña pequeña, muy menuda, cruzó la calle.
 El vehículo que, con prisa y grandes ruedas pisaba el asfalto, chocó contra una mole que se interpuso entre éste y la pequeña.
 La fuerza descomunal que lo detuvo fue el cuerpo  de aquel pordiosero, cuyo sacrifico salvó una vida primorosa. Evitó que la niña besara, con su sangre inocente, la calurosa e irregular superficie en la que se esparcieron sus vísceras.
El destino triunfal del cañadero fue salvar, la existencia ignorada de su nieta. El tiempo, que por su mente jamás pasó, no pudo anunciarle que el hijo que lo despreciaba, se vino a vivir a estas comarcas…

HEMOS ENVEJECIDO…(Prosa Poética)



Tantos y tan largos amaneceres han dejado rastros indelebles en nuestras vidas. Lo dicen lo algodonado del cabello, las  fisuras de la cara, la flacidez del cuerpo, el lento caminar, el chasquido de los huesos, el cansancio, la respiración forzosa, la temblorosa voz, la confusa memoria, los ojos marchitos. Lo propalan, en  tímido silencio, hijos y nietos,  al   arrullarnos con  palabras cariñosas, que suben de emoción a medida que los primeros maduran; los segundos crecen y nuestros años pasan; lo manifiestan los chicos y las chicas que encontramos en la calle, cuando nos obsequian sus sonrisas respetuosas.  Hemos envejecido cuando los amigos nos dicen, con amable hipocresía, que no aparentamos la edad que tenemos. Hemos envejecido al recordar, a cada instante, los venerados caminos transitados.
Amor, tú y yo sabemos que es  la luz de la vida que se nos apaga lentamente, como se apaga la llama de una vela al derretir, sobre sí misma, la esperma que la sostiene.
Hemos envejecido porque nuestros ojos ya no ven  el  alto vuelo de las aves; porque nuestros oídos no escuchan, con nitidez, sus cantos; porque el  ambiente de la ciudad nos aturde; porque  los gritos alborozados de la gente apaga nuestras débiles voces; porque la luz de la luna no entra a nuestros aposentos y porque  los jóvenes nos ofrecen, la bondad de su alma y la fuerza de sus manos, para ayudarnos a cruzar las congestionadas vías.
Hemos envejecido, porque  al  tocar las rosas; el temblor de las manos hace que sus espinas protectoras derramen  entre nuestros dedos, hilos de sangre; o porque al caminar por el amplio frente de la casa, nos asimos a las paredes o los portones para no caer sobre las multicolores baldosas que recubren sus pisos.
Hemos envejecido al creer que el presente es un remedo del pasado viendo a la juventud de hoy, desenfrenada, olvidando que la nuestra no fue menos turbulenta. Hemos envejecido al observar a niños y adolescentes  manipular, con alucinante destreza, el sinfín de aparatos electrónicos que inundan el mercado. Al comparar esta época con los años  en que sólo  conocimos los teléfonos de esfera rodante; o al recordar cuando escribíamos en las máquinas  Remington u Olympia. Hemos envejecido al recordar, cuando tú jugabas con las muñecas de trapo y yo con los avioncitos de hierro. Al pensar sobre  todo eso, nos percatamos del enorme salto que la tecnología ha dado y lo distante que hemos  vivido de ella.
Amor, tú y yo sabemos que es  la luz de la vida que se nos apaga lentamente,  como se apaga la llama de una vela al derretir, sobre sí misma, la esperma que la sostiene.
Hemos envejecido al ver que la fuerza con la que nos amamos  disminuye, como disminuye el caudal de los ríos cuando el inclemente verano evapora sus aguas. Cuando la pasión, vivida en la juventud, se ha transformado en la quietud amorosa de hoy. Y que, del volcán en erupción que fuimos, sólo queda un  cerro yermo, triste y silente.  
Hemos envejecido cuando aspiramos que el tiempo que nos queda se convierta en oración permanente de gratitud hacia Dios. Cuando le pedimos al  Supremo Creador que nuestros errores reciban de quienes han vivido bajo nuestro amparo, la benevolencia de la comprensión y, que las virtudes que elevaron el valor de nuestras almas,  se transformen en resplandores que iluminen los dilatados caminos que habrán de recorrer  los seres que dejamos.
Amor, tú y yo sabemos que es la luz de la vida que se nos apaga lentamente, como se apaga la llama de una vela al derretir, sobre sí misma, la esperma que la sostiene.
Hemos envejecido cuando transmitimos a los seres queridos, la idea de que la vejez  es, por fortuna, una época que  transitamos gozosos de felicidad; ungidos de fe ciega en los  supremos poderes de la existencia; que es el natural final de un ciclo de vida y el espigar de los retoños, cuyo trepidar insaciable se inició hace ya mucho tiempo.
Hemos envejecido al aceptar resignados que la vejez y con ella la extinción de la vida, constituye el mandato inquebrantable de la ley de la existencia que jamás será alterada.
Amor, en esta etapa, que ojalá se alargue como se alarga el saber que nos amaremos eternamente, repitamos la canción que juntos cantamos, que muchas veces bailamos; pero hagámoslo aceptando que en otro lugar del  Universo, en donde la divina voluntad de Dios  también es fecunda, tú volverás a jugar con las muñecas de trabajo y yo con los avioncitos de hierro……

martes, 13 de septiembre de 2011

COMO UN ÁNGEL (Prosa Poética)




Suaves notas musicales  escapaban de la vieja pianola esparciéndose  en los diminutos espacios, de  aquel recinto sagrado. Eran sonidos por mí, nunca antes escuchados, los que acompañaron su entrada triunfal, desde el umbral de la puerta principal, construida de madera cobriza y adornada de vitrales alegóricos a la cristiandad. Se apreciaba en ella  una singular prestancia, al desplazarse sobre la alfombra roja, que conducía al altar de  la iglesia, en la que todos los objetos, grandes o pequeños,  brillaban. La sinfónica melodía detallaba sus delicados pasos,  al tiempo que los asistentes buscaban, presurosos, el lugar más cercano para admirarla.
Su silueta se iluminaba, a la luz de las lámparas vidriosas, ubicadas estratégicamente, en ese lugar  irrepetible. La iglesia se hallaba atestada de creyentes porque ese acontecimiento marcaría el futuro de dos seres que mantuvieron unidas sus manos, en actitud amorosa, durante toda la ceremonia.
Ella hubiese pasado por una mujer común  de no  haber sido por la energía, que envolvía su cuerpo en aquella confusión de seres iguales. Su  figura  semejaba a la estrella que navega en el mar de los cielos. Como la fruta que brota de la tierra, dulce y jugosa; como el ave que cubre, con sus alas primorosas, la inmensidad del cosmos.
Yo era un extrañó para esas personas que, con dignidad, presenciaban el memorable acontecimiento. A ella la vi pasar frente a mí, frente a todos, con solemnidad y aplomo. Su estatura,  más elevada que el promedio de las mujeres de su tierra; el cabello castaño recogido, cruzado por crespones amarillos y negros; el cuello alto y desnudo, un vestido verde ajustado al insinuante cuerpo,  el perfil griego, los ojos verdosos, sus zapatillas elevadas y su caminar erguido, hacían de ella una mujer incomparable.
Con las manos juntas y en actitud serena, se ubicó con su cortejo, frente al altar…
Desde mi lugar distante, envidié al sacerdote que presidió la ceremonia, porque él si podía verla de cerca; envidié a  los presentes porque algo en común tenían con ella.  Mientras yo, lejos de su aliento, de su alma y del mundo que la rodeaba, sólo era dueño de mis ojos que la miraban como el sediento mira el agua, como el hambriento  recoge del suelo un pedazo de pan, como el pecador que pide al Señor amparo, como el desahuciado que espera, con resignación, la muerte.
Concluyó la ceremonia…
Pasaron los minutos. La iglesia se quedó a solas: sin una luz, sin un suspiro, sin  una oración. Los creyentes se retiraron alborozados, riéndose, abrazándose. Mientras yo buscaba,  en el intrincado tumulto, al ser que robó  mis sueños; a la mujer que prendió una lumbre en la oscura vereda de mi vida. Observé, al pasar las horas, que  ella ya no estaba….
Un espíritu piadoso, al verme desconsolado y vagar sin rumbo, me susurró al oído que el ángel que afanosamente buscaba lo cubrió  la obscuridad de la noche. Desde entonces ha sido incesante la búsqueda….los pedregosos caminos, el aire, la lluvia, el sol, las estrellas; todos los elementos de la naturaleza son testigos de la fortaleza de mis pies que mitigan sus dolores sin hallarla. ¿En dónde está la desvanecida esperanza  que animó, por unas horas, mi corazón? ¿Cómo encontrarla? ¿A quién indago por su ausencia?
Ya no importa…
Ya no quiero soportar tanto hastío ni aguantar tan desoladora espera, porque sin verla, sin sentirla yo sé dónde se encuentra…ella está aquí, muy dentro de mi ser, prendida a mí alma,  unida  a  la recordación que me lastima; ella se halla fundida a los dolores que vagan en el Gran Laberinto en que se ha convertido mi  existencia.