Una llamada a mi celular me habló por vez primera de su existencia; su vida transcurría como la de tantas jóvenes de mi progresiva ciudad, ausente de la mía; fue una voz serena, segura, sonora y vibrante que endulzó mis atónitos oídos. Quién será, me pregunté sobresaltado; aunque habituado estoy a escuchar distintas voces; aquella me dejó perplejo. Percibí, a través de su ritmo y de su tono, a una persona joven, directa, sencilla, de rico léxico y de amabilidad plena. Su imagen corporal, por supuesto era, para mi, un enigma. No sé el por qué, pero mi sorprendida mente la imaginó muy diferente a como mis ojos la admiraron algunos días después.
Ese grato momento lo viví una tarde muy lluviosa de noviembre. Sus palabras quedaron tan indeleblemente grabadas en mí, que se repetían incesantemente una y otra vez, tanto así, que durante la noche de ese día, sus frases coherentes la repetían los ecos sonoros de esas horas lluviosas y frías. Me ofreció una información pero no fue ello lo que yo guardé; fue el sonido grato de sus labios que competían con las suaves brisas de nuestro hermoso lago lo que se depositó en mi angustiado corazón.
Durante las horas tumultuosas de los días en que se reproducía como un bello estribillo su voz, mi alma buscaba adelantar el tiempo para verla, para vivirla, para saber cómo era; para saber si era alta o pequeña; para palpar con la mirada el color de su piel, de sus ojos, escuchar su risa; y sobre todo conocer la armonía de su cuerpo. Pude haberle preguntado a alguien cómo era; no me atreví porque preferí que mis sentidos despejaran, a su tiempo, tantas incógnitas. Mi mente en las continuas noches de mis desvelos la veía trigueña, de pelo rizado; otras veces la veía diminuta de pelo lacio, con los ojos grandes y nariz pequeña; más de una vez la visualicé sentada frente a una casa desconocida, cargado el frente de amapolas y cipreses.
Durante la mañana del día en que debí tratarla me levanté de madrugada, somnoliento, como cuando alguien sin saber qué le espera, deberá cruzar la línea divisoria entre el presente seguro y el futuro incierto. Yo me preguntaba el por qué de mi estupor y ansiedad. No encontraba respuestas. Las horas corrieron porque yo las impulsaba con la fuerza que esparcían los acompasados latidos de mi corazón. Por fin la escena estaba frente a mí; la deseaba pero al mismo tiempo me producía angustia y desasosiego.
Mucha gente importante me esperaba, comenzaba la reunión; ella no estaba, me dio la sensación, desde el primer instante, que era ella el alma de ese feliz acontecimiento; la llamaron….la puerta que se hallaba cerrada se abrió para darle paso a una de las mujeres más hermosas que yo haya conocido.
Alta, esbelta, bien proporcionada, de sencilla y estimulante presencia, de piel muy blanca, con el cabello rubio recogido; ataviada con un uniforme azul marino que hacía juego con sus brillantes y vívidos ojos verdes; se trataba de una diosa que emergía de los augustos libros que nos hablan de la historia griega. Asombrado quedé, no pude pronunciar palabra alguna, al contemplar sin respirar a aquella joven tan hermosa que yo jamás había visto, que vive en mi misma ciudad, en mis predios, en dónde pude haberla visto pero que mis ojos ciegos despertaron tarde al amanecer de los días que Dios quiso que ella viviese para llenar de luz mi alma sofocada y silente.
Aplausos por tan bello relato...
ResponderEliminarAmigo, aplausos por tan bello relato....se le le recuerda y respeta...
ResponderEliminarEL primer comentario es de la cuenta de mi hijo, la use por error...
ResponderEliminarhermosa ilucion narrada tan habilmente por ud profesor. felicitaciones , siempre hace q me olvide de todo con sus escritos q transportan a al relato narrado como si uno fuera protagonista del mismo, para usted bendiciones y mi respetos. saludos
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