Llegué a ese sitio en el que estremecí de felicidad y miedo. Un impulso fijó mis pupilas sobre sus ojos, resplandecientemente azules. Pensé haber cometido un acto impuro: ella, recién habría superado la adolescencia. Pero era tan hermosa, que reproducía la inmaculada estampa de una virgen. Atónito, advertí, que su mirada correspondía a la mirada mía.
Una leve sonrisa cubrió sus labios finos; los labios lacerados contrajeron la mía. Dos seres, de tiempos opuestos, trataron romper la lógica del devenir para ubicarse en el reverso de la vida: Yo le pedí a mí Dios que me regresara al pasado para seducirla; ella irrumpía la barrera del porvenir para encontrarse conmigo. Pero el tiempo irredento convirtió mi pretérito en brumas y a sus deseos, le cerró el paso imposible.
Las nuestras son existencias de términos contrarios que se rechazan por efectos de la lógica divina. Así lo entendió mi ser interior. Por ello, cuando vuelvo a ese lugar miro, de soslayo a la doncella que actualizó, en mi cuerpo muerto, el supremo deleite de tiempos idos.
No quería verla Señor.
La vi, por última vez, esa turbia tarde. Estaba allí. No me dio tiempo a nada. Recostada sobre el mostrador de madera rojiza, su piel tersa jugaba con el hilo de luz, que se colaba por el ventanal cubierto de una cortina, entumecida y triste. Entré pensando que no la vería. No era hora de que estuviese en ese sitio; sin embargo allí estaba, frente a mí. Señor, cómo desviar mis ojos de los suyos, si el objeto de mis ojos doblegó mi voluntad y alentó mi espíritu. ¿Cómo obligar a un yo que ya no me pertenecía, a sepultar el amor que se había adherido, con tanta fuerza, a mi alma?
¡Dejad viejo, tu ser interior en el armario¡ Son las voces de la crueldad que me censuran. ¡Caminar ayuno en la vacuidad del cosmos es tu destino¡ sostiene mi propia razón ahora. ¿Quién dispuso tan amargos designios? Yo he aprendido a respetar lo que ignoro y a comprender, que más allá de los cielos que mis ojos ven, y más allá de las lágrimas que mí rostro siente, hay un ente superior que me dice: caminad por los senderos que os dicte tu conciencia. Eso hago Señor.
¿He fallado, ahora, irremisiblemente?
Ella no me espera.
Cuando lo dado configura el dardo que nos aniquila. Olvidar es lo obvio. Desecharlo es lo prudente. Eso haré. Mañana estaré ausente de ese lugar en el que la ansiedad y el dolor me abruman. Faltaré a la cita inexistente. Ella no me espera. Una vez pensé, que su presencia, llenaría el hondo vacío que alberga mi alma. Que el ser, de los ojos resplandecientemente azules, esperaría mi llegada.
Aunque lo añoro, lo rechazo. Si mi espíritu abriga la esperanza de verla otra vez, la razón lo condena. No iré más. Romperé por fin, en minúsculos pedazos, los cristales de la puerta que permiten atravesar la luz de mis pasos. Rota la imagen de la aurora, las tinieblas invadirán todos los espacios, y su figura desaparecerá definitivamente de mi existencia.
Sólo así sabré, que al morir su sombra, la mía morirá también.
En este caso las palabras salen sobrando! El autor lo dice todo.
ResponderEliminarGracias por compartir esto tan bello con nosotros!
Me siento muy afortunada!!!