lunes, 17 de octubre de 2011
SE VEÍA FELIZ, A PESAR DE TODO (Prosa Poética)
Estábamos muy cerca, el uno del otro, en aquel cuarto nauseabundo por cuyas hendiduras, se colaban los menguados sonidos del anochecer. Se veía feliz, a pesar de todo. Contenta por el reencuentro inesperado. Jamás creí tenerla de nuevo tan cerca, ni de mi cuerpo ni de mi alma. Su vida, extraviada, había andado días y noches por las calles solitarias sin que nadie, por fortuna, se atraviese a tocar la carnosidad de sus labios, ni profanar su virginidad, porque la veían como se ve a una criatura infeliz, como se mira en la lejanía, a un ser que exhala el aire contaminado, que enferma y espanta.
La maldad, por fortuna, no pudo descubrir la singular belleza que se escondía en las intimidades de su cuerpo, ni escuchar el eco de los nefastos recuerdos que guardaba su andar sin rumbo. Vagaba ante los ojos de un mundo que la miraba con desdén. La tersura de su piel estaba oculta, debajo de las costras dolorosas que dejan la miseria y el hambre. Por las noches dormía, cobijada por los muros de la ciudad sin nombre, en la que la desgracia extingue la fuerza del amor y diluye toda esperanza.
Una mañana lluviosa la vi de cerca; la reconocí por sus pies desnudos. La recogí, cubierta de lodo. La envolví en mis brazos, confundiéndome con el color negruzco de la tierra húmeda y barrosa. Sentí, al tocarla, el inmenso vacío de la amargura que se anidaba en su alma… Comprendí su mundo, porque yo también fui como ella: un transeúnte de la crueldad y de la vida solitaria; formé parte de ese entorno capaz de robarnos el espíritu que anima y exalta… Le hablé y me habló. Reconocí, por sus pupilas, a la mujer que regresaba de la oscuridad de la noche a la claridad del día, a la ansiada vida llena de profundos augurios; al respeto soñado, a la vida feliz que Dios reserva a los espíritus generosos.
Ella fue la mujer amada, huérfana por años de mi juventud ardorosa. La compañera ideal que busqué, por largo tiempo y que ahora estaba definitivamente conmigo, cuando aún manteníamos viva la fuerza inmanente que llenó de tantas y caras ilusiones, nuestro pasado.
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Muy hermoso relato donde se palpa la dulzura de este hombre ante la mujer sin importar lo externo, lo interno es más válido ante sus ojos!
ResponderEliminarMe Encantó, felicitaciones poeta! JP-II