sábado, 1 de octubre de 2011
TRAUMA (Prosa Poética)
¿Quién de nosotros ha dejado de experimentar una angustia profunda al comprobar que ciertas máquinas puedan dominarle y que, en algunos casos, es una máquina la que podrá decidir nuestro destino, sin el diálogo indispensable y habitual entre los hombres? El progreso de las máquinas se realiza con tanta rapidez, que la mayoría de los humanos no puede o no quiere adaptarse…el esfuerzo parece excesivo.
A los pocos días de concluir el año, exactamente el 24 de enero, día de su cumpleaños, Alfonso Martínez, a quien todos conocían como “El Viejo”, se regaló el más costoso y moderno celular que encontró en la tienda en la que se exhibían los equipos electrónicos de comunicación, de última tecnología, importados de Estados Unidos y Europa. Estaba “jochado” con su impactante compra. Aquel aparato, preparado para cumplir cientos de funciones, escapaba de sus precarias habilidades. Solamente sabía seleccionar nombres y aplicar las teclas verde y roja. Una para comunicarse con familiares y amigos y la otra colocar semanalmente, en forma rotatoria, las imágenes de sus nietas y nietas a los que adoraba.
Cansado de la cotidianidad en el sub uso de aquel deslumbrante celular, que acostumbraba lucir en el bolsillo del corazón, decidió incorporarle el servicio de “internet”. Por su manifiesta ignorancia en el manejo de ese equipo, decidió llamó a su nieta Ailiana, que no tendría más de doce años de edad, para que le explicase cómo “accesar” a la red universal de la información. ¡Llama al 811, allí le explican todo abuelo¡ La inseguridad del septuagenario era tal que replicó: ¡Ailiana, por favor, llama tú¡ Su nieta, con voz segura, exquisita y juvenil hizo los contactos. Abuelo, le van a pedir sus datos. Aló, sí dígame, le respondió una voz aterciopelada. Su cuerpo, inexplicablemente, tembló al escuchar aquel sonido. Por favor señor, vamos a confirmar sus datos, le dijo amablemente su interlocutor. ¿Su número de cédula? 890765. ¿Cómo se llama? Al..fon..so Mar..tí..nez. “El viejo” se preguntó ¿Qué me está pasando? Era absolutamente normal la inter comunicación que se estaba dando y él, sin embargo, estaba nervioso. Le llamó la atención que el tipo de la voz aterciopelada, le pidiese nuevamente el número de su cédula: 890765.
Aló…aló…aló…parece que la comunicación se había cortado. No era así. Cuando esperaba por la continuación del interrogatorio, del otro lado de la línea le ordenan: ¡Dígale a la muchacha que se ponga¡ En ese momento no reaccionó y le pasó el teléfono celular a su nieta Ailiana. Por favor cuáles son las tarifas. Le gusta la de 20, abuelo. Es barata. Está bien. ¿Vigente de este momento? Okey. Estamos listos abuelo. Me voy, mami me está esperando, Gracias mi amor. Y como si nada, su linda nieta lo abrazó, le estampó un delicado beso en la frente y se retiró. La figura espigada de Ailiana, se fugo momentáneamente de su mente. Para ella el auxilio que le prestó a su abuelo, fue algo común, intrascendente; muy propio de esa edad en la que los muchachos y muchachas, sin mirar las minúsculas e intrincadas teclas de los celulares, hacen maravillas con éstas, cosa que escapa normalmente a las personas mayores.
Para Alfonso Martínez, debe haber alguna razón, que no llega a comprender, por lo que tanta gente mayor se ve aturdida y disminuida al manipular estos singulares aparatos electrónicos. Trató de ignorar lo ocurrido. Pero “el viejo” era un hombre sensible, que durante años había leído lo suficiente para dimensionar la impotencia que hacía presa de su alma y expresó en silencio, con ese silencio que en muchos momentos habla y grita dentro de nosotros: ¡no hay duda que existe una relación más que evidente, entre las tecnologías y la progresiva edad de los seres humanos. Lo más preocupante, empero, es que esa brecha se va ahondando ante el avance vertiginoso de las súper máquinas, frente a la evidente lentitud con que avanza la mente humana. Alfonso Martínez, atormentado y cabizbajo, se encerró en su cuarto en espera de superar aquel desagradable momento.
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