jueves, 20 de octubre de 2011

EL PERRO DE LA CASA (Prosa Poética)


Era el perro que velaba nuestros pasos.
Lo trajeron pequeñín, con sed y hambre, sin pelaje, cubierto de una manta de colores extraños. A Gustavo, se lo regaló Erasto Trujillo, su suegro y amigo de toda la vida.
Nadie le dio los buenos días. Fue un objeto más del tumulto de cosas sin valor, que se apretujaban en el solar de la casa. Éramos reacios a los perros: ensucian los muebles, sacan la arena de las matas, muerden al vecino…
Los primeros días no le prestamos atención, excepto Maribel, ella si quiere a los perros de la casa, de los vecinos, de la calle. Los cuida. Los alimenta.
Era el perro que velaba nuestros pasos.
Entre malos tratos, teteros a destiempo, malas miradas y desprecios, el perro creció. Su pelaje marrón y blanco, sus orejas grandes y caídas, su cuerpo voluminoso empezaron a ganarnos la partida.
Lo llamaremos Bobby, hay que darle su buena ración de carne cocida, para que se habitúe a no comer cualquier desperdicio.
Era el perro que velaba nuestros pasos.
Durante el día se unía a los movimientos cotidianos de la familia, por las noches servía de guardián. Era fuerte, lengua larga, respirar rápido y mirada profunda.
Bobby se convirtió en el décimo primer miembro de la familia. Nada le faltaba. Cuidábamos de su salud. Su comida a tiempo, lo bañábamos con jabón fino.
Él debió entender todo aquello, porque memorizó los pasos de los miembros de la casa, nuestra respiración y el ruido de los motores de nuestros autos.
Cuando llegábamos al garaje era el primero en salir a recibirnos.
Era el perro que velaba nuestros pasos.
Un día lo llevamos a nuestra casa de campo. Allí se soltó a correr. Estaba con todos a la vez. No perdía ninguno de nuestros momentos.
Cuando acompañaba a uno de los nietos una serpiente mapanare se acercó sigilosa.
La culebra estaba muy cerca de los pies desnudos de su amiguito. Un ladrido acompañado de un zarpazo, acabó con el animal ponzoñoso. Lo trajo a la casa como trofeo.
A partir de entonces, lo quisimos más porque demostró amor, inteligencia y valentía. No era un perro del montón, era Bobby.
Era el perro que velaba nuestros pasos.
Mucho tiempo, Bobby estuvo entre nosotros. Los años fueron minando sus energías e impulsos enervantes.
Una mañana amaneció triste. Se veía enfermo. El veterinario ofreció muy pocas esperanzas de recuperar la precaria salud del querido animal.
Nos dijo que con esa afección en su estómago y vísceras, la muerte sería lenta y dolorosa. Por eso preferimos adelantarla……
Una porción letal inmovilizó su cuerpo y cerró los párpados que cubrieron sus negros y brillantes ojos. Fui el receptor de su última mirada. Me dolió, de veras, verlo partir. Se iba el amigo sincero y desinteresado.
Fue tan grande la impresión que nos produjo la muerte de Bobby que jamás hemos tenido otro perro en la casa, porque no deseamos pasar por otra experiencia similar y además porque Bobby, Él era el perro que velaba nuestros pasos.

1 comentario:

  1. Muy hermoso relato de quien en verdad es el mejor amigo del hombre, un animal que solo sabe ofrecernos lealtad y cariño incondicional, quien se conforma con una sola de nuestras miradas!
    Amo los animales pero los perros son especiales para mi, y que malo que no hayan tenido un sustituto de Bobby porque otro después de él, les hubiese brindado mucha felicidad y a hacer menos dura la pena de haber perdido a aquel que un día veló sus pasos!

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